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miércoles, 15 de junio de 2016

Leyenda Cubana la Cruz de Sal



René León

  La leyenda de la que voy a escribir hoy nos viene de los tiempos de la colonia, allá en la bella provincia de Camagüey,  Cuba. En los países hispanos, podemos rastrear las leyendas y tradiciones que nos dejaron nuestros antepasados, todas ellas llenas de recuerdos de los tiempos de la Conquista y Colonización, alguna de procedencia hispana, otras indias, africanas, pero la mayoría de origen cubano
  En tiempo de la colonia había un padre de la orden Franciscana, conocido por el padre Valencia, figura venerable en la provincia de Camagüey. Cuenta la leyenda que una vez unos pescadores en su lucha diaria con el mar, encontraron en unas salinas cerca de Santiago de Cuba una “cruz de sal”.  La recogieron y se la dieron  a un señor muy creyente llamado don Pedro Alcántara Correoso, que más tarde se la regalaría
a  su gran amigo el padre Valencia.
  Valencia llevaría la cruz con mucho cuidado a Puerto Príncipe y la colgarían en una urna de cristal cerca del Altar Mayor del Asilo de San Lázaro. Todos los creyentes cuando iban a la iglesia, le rezaban y pedían por sus familias.
  El padre Valencia hizo correr la voz de que mientras que aquella “cruz de sal” se encontrara allí, sólo traería cosas buenas a todos, pero el día que se deshiciera, ocurriría grandes tragedias, y que podría traer el fin del mundo. Pasaban los años y la cruz permanecía intacta, siendo visitada por los vecinos y por aquellos que pasaban por el Asilo.
  Al pasar los años, un día cuando nadie lo esperaba al entrar un padre para oficiar los servicios  diarios, se encontraron que la “cruz de sal” se había desbaratado, sin que nada ocurriera. Se dieron misas pidiendo a Dios que perdonara al pueblo de cualquier castigo. Pasó el tiempo y nada sucedió, pero había quedado el recuerdo de la cruz. Se dijo que vecinos de otro pueblo se la habían llevado y vendida fuera de Cuba.
  Pero la verdad fue que la “ cruz de sal” se deshizo y nada pasó. Pero la leyenda había quedado hasta nuestros días, y el recuerdo del padre Valencia permanece imborrable en la historia de Camagüey.



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